Dormir más, alejarse del computador o dejar de trabajar no siempre garantiza un verdadero descanso mental. La manera en la que el cerebro logra recuperarse varía de persona a persona y está directamente relacionada con su personalidad, hábitos y estilo de vida. “Descansar el cerebro implica reducir la demanda de las redes atencionales y permitir que el “modo por defecto” trabaje sin interferencias”, afirma Jon Andoni Duñabeitia, Catedrático en Psicología y director del Centro de Investigación Nebrija en Cognición (CINC) de la Universidad Nebrija. De esa manera, se consolidan recuerdos, algunos sistemas hacen un trabajo de limpieza del cerebro y el eje emocional se reequilibra. A diferencia de lo que muchos creen, el cerebro no se apaga en vacaciones: simplemente cambia de tarea para afinar sus circuitos y prepararse para nuevos retos.
“Cada temperamento busca su propio equilibrio entre estímulo y reposo”, sostiene Duñabeitia, quien aclara que los rasgos de introversión o extraversión, así como las tendencias creativas o analíticas de cada persona, determinan qué tipo de actividades resultan verdaderamente reparadoras. “Las personas con rasgos de introversión pueden descansar al disminuir la estimulación social, realizando actividades como leer o pasear solos. En cambio, las personas extrovertidas descansan charlando o jugando en grupo, ya que la dopamina social eleva su umbral de fatiga”, explica.
Incluso los errores comunes durante las vacaciones están relacionados con una visión equivocada del descanso. Llenar la agenda con actividades, responder correos ‘por si acaso’ o alterar completamente los horarios de sueño son prácticas que mantienen al cerebro en un estado de alerta que impide una verdadera desconexión, porque “mantienen activos circuitos cerebrales a los que precisamente queremos dar descanso”.
Uno de los elementos que más interfiere con el descanso mental es el uso constante de dispositivos tecnológicos. Las pantallas prolongan la excitación cortical, retrasan la producción de melatonina y nos mantienen en modo de vigilancia permanente. Una desintoxicación o desconexión digital de 24 o 48 horas reduce las interrupciones atencionales y mejora el sueño. “No se trata de demonizar la tecnología, sino de usarla adecuadamente y controlar los momentos: bloques acotados de uso, notificaciones silenciadas y móvil fuera del dormitorio”, agrega.
”. Duñabeitia enfatiza que la clave está en identificar qué tipo de actividades permiten a cada persona salir del modo automático y reconectar con su bienestar. Una persona más activa puede descansar mejor haciendo senderismo suave o nadando, mientras que otra que prefiera la calma puede encontrar la recuperación mental a través de ejercicios como colorear, armar rompecabezas o escuchar música instrumental.
Descansar bien tiene efectos visibles tanto en el corto como en el largo plazo. A nivel inmediato, se manifiesta en un mejor humor, mayor claridad cognitiva, capacidad de concentración y flujo creativo. A largo plazo, contribuye a una mayor productividad sostenible, previene el desgaste profesional y disminuye el riesgo de trastornos como la depresión o el deterioro cognitivo. Un cerebro que descansa bien es un cerebro que se protege, que aprende mejor y que toma decisiones con mayor lucidez.
Incluso para quienes no cuentan con muchos días o recursos para vacacionar, el profesor propone estrategias simples que pueden marcar la diferencia. “Basta con definir bloques diarios de noventa minutos sin pantallas ni metas concretas, ya que una ventana temporal así ya puede revertir la fatiga atencional. Duñabeitia también recomienda priorizar experiencias significativas en lugar de cumplir con listados de lugares por visitar y aconseja, si es posible, dejar un día sin plan establecido al final del viaje, “para que el cerebro integre las vivencias antes de la vuelta a la rutina”.